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De la ignorancia dañina

Hace unas horas subí a un taxi y en el curso del trayecto, el conductor, un marroquí de Nador, comenzó a expresarme sus opiniones sobre sofisticadas cuestiones de política internacional. Le llamaba la atención, por ejemplo, el empeño de Estados Unidos por democratizar el planeta. «Mire, nosotros no necesitamos democracia, lo que necesitamos es que en los países árabes se acabe con la corrupción», me decía sin que yo acertara a entender cómo es posible reducir la corrupción en una cultura como la islámica sin contar a la vez con los frenos típicos de los sistemas democráticos.

No deseaba yo enredarme en una discusión del tema y, prudentemente, desvié la conversación hacia los automóviles. Sin embargo, mi chofer temporal no estaba dispuesto a ceder en el empeño y me indicó que los automóviles en Estados Unidos eran muy grandes porque la gasolina era más barata y que esta circunstancia se debía a que los americanos «roban el petróleo de otras naciones».

Podría haberme callado porque, total, me quedaba ya poco tiempo para llegar a mi destino. Como coartado por los 10 mandamientos, No lo hice y comencé a informar a mi acompañante de que Estados Unidos se autoabastece en nada escasa medida de petróleo y de que, por añadidura, es un verdadero pionero de las prospecciones petrolíferas. Le hablé de los pozos de Oklahoma de 1910, de los primeros magnates texanos e incluso de Alaska.

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Quedó absolutamente sorprendido. No lo estaba yo menos porque aquel humilde inmigrante procedente de África no ignoraba más la realidad norteamericana que millones de mis compatriotas.

Una de las cuestiones que me causan una mayor desazón es que no pocos periodistas, analistas y políticos españoles tienen un nivel de conocimiento de Estados Unidos semejante al de este marroquí. Confunden al partido demócrata con el PSOE, creen que cuatro progres neoyorquinos representan a la opinión pública en Estados Unidos, no distinguen a un ciudadano del Bible Belt de un miembro del lobby gay de San Francisco y –lo que es peor– de su crasa ignorancia arranca una pésima política mediática e internacional.

A esa gente –entre los que se encuentran Zapatero y Miguel Ángel Moratinos– les debemos no poco. Por ejemplo, que en la Unión Europea ya estemos detrás de Polonia, que en la lista de aliados de Estados Unidos vayamos en pos de El Salvador y que no haya presencia española en lugares como Harvard. Y es que la ignorancia no sólo es atrevida, además es dañina.